
Junto al fútbol y los toros en España existe otro deporte que puede catalogarse cuasi de nacional: el fraude fiscal.
Noveno país del mundo que más defrauda. Economía sumergida que se coloca en torno al 20% de nuestro producto interior bruto. Nuestro fraude fiscal supera el gasto sanitario, y solo con las cuotas de IVA no ingresadas se podría hacer frente al gasto sanitario público de la Comunidad de Madrid y Cataluña.
Seguimos con expectación cualquier trama de corrupción y fraude fiscal que aparezca en los medios. Nos sentimos amos y señores de la honorabilidad diciendo que es un problema derivado del comportamiento político y empresarial sin reparar en que defraudar es una conducta que se genera con total independencia a la posición económica y social, con solo un matiz, el de la capacidad o recursos para hacerlo.
No hay diferencias entre el político, el empresario o el ciudadano. Mientras el electricista no hace una factura, el empresario crea una sociedad tapadera, al tiempo que el político infla sus cuentas de Suiza y su partido pide austeridad ciudadana. No es menos fraude realizar actividades extras por las que ni se paga ni se cotiza, ni deja ser condenable aceptar una factura sin IVA… sin embargo estas, junto a otras conductas, se han generalizado, se aceptan per se, se tiñen de cierta impunidad y llegan a sumar los 1.500 millones de euros.
No faltan razones a los que hablan de la necesidad de una regulación anticorrupción que limite la circulación de dinero no legal, que sin embargo, tan solo llegará a ser eficaz cuando la moral ciudadana deje de ser una causa intrínseca al fraude fiscal. Este será el momento para emprender la batalla real contra el agujero negro de nuestra economía.
Lorena Barrera